Primera Muestra de Líneas ígneas

Definitiva Líneas ígneasEl poemario «Líneas ígneas» reúne las poesías más interesantes, cortantes y/o arriesgadas que sobreviveron al fuego (la historia, para otro día…)

A lo largo de la campaña de financiamiento colectivo para editar las obras en papel, a la que puedes acceder entrando aquí, o de la que puedes ver el video introductorio realizado por el creador clickeando aquí, iremos adelantando algo del contenido de dicho poemario. Hoy, traemos el textito que sigue…

«porque aprendo«

No puedo dejar de escribir. Porque aprendo.
Lo que soy se va derritiendo desde el mismísimo vértice de mi pluma.
Me enseño.
Despacio y tratando de no conquistar acaricio el universo con mi cuerpo de hilo pequeño. Escribo siempre y –desde hace un rato apenas– tratando de no razonar. (No me sale.) Pero escribo siempre, igual. Y, aunque no escriba, escribo el mundo con mi mirada, como un búho en la noche escribe en el aire con sus grandes ojos el camino sin bordes que lo lleva al hogar. Sólo así me hago presente. Sólo así dejo de ser lo que era antes y no es que no me gustara, sino que prefiero la flexibilidad.
En la literatura, además de bordes agresivos, tampoco está la guerra, porque no existe la Verdad.
En mi tinta viaja todo lo que tengo de hombre, y todo lo que en mí es mujer. Pues no hay sexos, ni contrarios. Así como tampoco el mal existe, y no existe el bien. Origen y destino de todas mis transformaciones, siempre fue el papel mi mejor espejo, siempre fue mis amigos placenteros, mi vientre que llora horrores o que ríe sin saber, mi alter ego sin cuero, mi amada indiferente. Papel añejo, arrugado o demasiado blanco, papel con manchas de mate, alcohol o café, pero siempre cargado de tinta, como quien deja todo lo que tiene cuando no tiene nada que perder. Es lo único que no puedo arruinar a raíz de mi insistencia infantil o de mi ansiedad descomunal. Es mi cincel de alpaca, es mi instrumento musical, pero también el escalpelo con el que me escindo del rígido y craneal Occidente, poquito a poco, como quien se aleja en bote, sin remar.
Saciar mi insaciable sed con vergüenzas y desaciertos me ayuda a romper estructuras, y como cuando lo visitaba a Laozi, a mí también me visita el recuerdo de un buey, recuerdo que me interna en la espesura y me ayuda a utilizar cada vez menos la palabra romper.
No me resisto.
Ya no quiero tener razón. Mis alforjas van llenas de momentos… del tibio olor de mis mascotas… de la sabiduría del aikido… de tu recuerdo… de todos mis librepensamientos. Y así, más levitando y oyendo, que interrumpiendo, me alejo de lo que fuera mi casa acartonada, pues ahora me doy cuenta de que no existe, o no existo, o nunca necesité el techo, mi mundo es mi morada.
¿Qué es el Saber sin sufrimiento, sin goce, sin abrir los ojos también hacia adentro?
Escribo porque aprendo.
Y lo que aprendo no es Verdad, lo sé. Pues lo que aprendo es de piel …sangre …y huesos. Aprendo del invierno, de los humanos, de la muerte (de las aves), de la incultura de las plantas, de la tempestad. Aprendo.
Al mirar a una madre aprendo que soy imperfecto. Al abrir muchos de mis libros, prefiero ser animal. Aprendo de cada cosa y en cada lugar (yo sí), por eso me asfixio si no me interno en la inmensidad. Aprendo.
Aprendo que la tinta un día se acaba, y aprendo que no todo es voluntad y que por más que me desangre en ganas… a veces no es el momento.
Al despertar, respiro, observo, escribo. Recién luego existo. Sólo entonces me siento con el permiso necesario para jugar al juego de ir con la corriente, de encubrir el hecho de que mi corazón no existe si no es escrito por algún valiente.
(corazón)
Escribo porque aprendo. Para siempre consciente de que mis poros fueron árbol sabio; de que no pueden besar sin palabras mis labios… No somos más que vellos de un extenso cuerpo soplados por el mismo viento.
¡Error! Las palabras no son jaulas, y si lo son, la poesía ambigua las convierte en alas. (En ella, se disuelve el marmóreo Yo en un cuándo de algodones; en ella, se exaspera el lenguaje y deja de ser bala.)
Y aunque no existieran motivos para mis textos, razones en mis pies polvorientos para dejar su huella en el papel, yo seguiría escribiendo, porque tampoco hubo razones para nacer, y aquí estoy respirando y bebiendo cada día de la rutina –que ahora sí es mi amiga–, manifestándome, con mi extraño pincel converso.
Existen las causas, dirá el ingeniero, y lo acepto. Pero las razones de las que hoy hablo son movimiento.
Y yo escribo sinrazones.
Escribo sin razón, no porque no la tenga o porque no la encuentro. Ni siquiera escribo por placer. Escribo sin querer escribir, sin querer ser, sin querer. Como la luz diurna, como el devenir, como la sonrisa de la “a”, o las ganas de abrazar a una mujer.
Pero a veces escribo queriendo.
A veces quiero escribir como duerme el océano con sus peces dentro. Quiero escribir como transcurre el tiempo. Sólo escribir. Sin más pensamiento que el necesario. O con ningún pensamiento. Quiero escribir como siente el sabio. Quiero escribir sobre ti en mis abrazos. Pero mientras tanto, escribo como vivo: a veces triste, enamorado, tímido u orgulloso, …las más de las veces, escribo como un nabo. Pero escribo, aun sin lectores, aun sin porqués, aun sin menciones. Y siempre que escribo soy fuego para devolverle el agua al hielo. (Claro que sé que también el hielo es agua, pero te dije que estoy tratando de escribir sin razonar.)
En fin, soy humano y también soy haragán y manso. Sea como sea, escribo porque estoy vivo y mientras no golpee a la puerta el cartero cruel de las obligaciones mundanas, escribo. Al igual que vos, sea cual fuere tu arte, yo básicamente, escribo porque puedo.
A veces más satisfecho o más arrepentido, lo único que he aprendido fue a escribir “te quiero”.

 

(Puedes conseguir este libro y otros más, desde ARS$190, apoyándome en mi Campaña de Financiamiento Colectivo / Crowdfunding para el lanzamiento de mi obra literaria, haciendo click aquí)

Reseña de Taichí aquí y ahora

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Recorte Taichí aquí y ahora

Reseña de Taichí aquí y ahora

No es otro libro de taichí. Es nuevo.

No digo lo mismo que dicen todos los demás libros pero con distintas palabras. Digo algo distinto.

Digo que el practicante es más importante que la escuela y que la disciplina misma.

Digo que el taichí es un arte y que cada practicante debe asimilarlo, transformarlo en su interior y exteriorizar esa metamorfosis en la práctica.

Digo que hay que olvidar la forma, y buscar la conexión con el Ser desde el principio mismo.

Digo que el taichí copiado y pegado es de plástico y nunca podrá volverse parte de uno mismo.

A lo largo de diez años de conocer el arte, desde la teoría y desde la práctica, como lector, autodidacta, alumno e instructor, pero siempre con una mirada crítica e híper-exigente conmigo mismo, llego al entendimiento de que las diferentes escuelas son caminos que uno camina con zapatos ajenos. Sirven para marcar el rumbo, señalar el norte. Pero eso es todo.

La máxima realización no llega hasta que no nos apropiamos de la disciplina en nosotros mismos, hasta que no nos volvemos taichí nosotros mismos, más allá de cualquier maestro, de cualquier blasón o sistema de enseñanza.

Y, para eso, Taichí aquí y ahora, se pone manos a la obra de dos maneras: la primera, con un lenguaje cercano y directo, tratando el tema en toda la amplitud necesaria, pero siempre desde el foco de practicante antes que desde la disciplina; la segunda manera, es por medio de un viaje sin escalas directo a las fuentes, a los conceptos originales, y esto lo logra con un abreviado-extenso diccionario de términos claves en su idioma original (con ideogramas chinos y la romanización pinyin, que es la oficial reconocida por la República Popular China para “traducir” sus símbolos a nuestro abecedario occidental), para el entendimiento nuclear de la disciplina.

Taichí no es repetir una oración cien veces. Taichí es hacer poesía.

Y nadie puede hacer literatura por nosotros.